sábado, 3 de septiembre de 2011

El final del verano

El viento agitaba las cometas de los kitesurfistas. Los colores de las velas destacaban en el cielo, que se había mantenido azul durante las últimas semanas.  Desde las dunas cercanas, ella observaba las hábiles evoluciones de Julen sobre la tabla.
Praia de Cabedelo (Viana do Castelo)

El viento era hoy algo más fuerte y Julen alzaba el vuelo a tal altura que ella se sentía inquieta. Siempre se preguntaba cómo aquellos jóvenes no enredaban las cuerdas de la cometa, cómo no chocaban en sus derivas. Pero no era eso lo que la desasosegaba. Sus huesos habían notado esta mañana el cambio de humedad en el aire. Sus ojos habían percibido el cambio, imperceptible para otra persona, del brillo, del matiz de la luz. El final del verano estaba ahí, imparable. Las dunas la protegían de las arenas que arrastraba la brisa continua. Aquella playa era magnífica para practicar el kitesurf y el windsurf, pero en días como hoy resultaba incómoda para tomar el sol sobre la toalla. Tomó una brizna de las hierbas que allí crecían y la introdujo entre sus dientes delanteros. Julen Julen Julen... pronto se iría  y no lo volvería a ver.  No volvería a sentir sus manos estrechando su cintura, la potencia de su abrazo, el ardor de sus besos. Si seguía pensando en eso, enfermaría. Pero no podía evitarlo. Las últimas tres semanas habían sido un tiovivo de emociones, de deseo, de pasión. Ella salía del agua cuando lo vio ajustándose el arnés. No era el único, precisamente. Durante dos días había visto a docenas de ellos trajinando en aquella playa, meta de los amantes del viento y el agua. Pero él no era uno más. Él la enredó con su mirada, como un alga que tirase hacia él. Y se prendió. Después todo vino rodado, aunque él tuvo la sensatez de no intentar enseñarle los misterios del deporte en tres días. A ella le interesaban otros jueguecitos. Que podía enseñarle a él. Tanto había gozado de aquel inesperado romance de verano que alargó una semana más la quincena prevista en aquel rincón del Atlántico. Pero ahora él debía partir también y la despedida era inevitable. Los kitesurfistas iban saliendo poco a poco del agua. 
Ella vio la vela roja y  blanca de Julen todavía colgada del cielo. El otoño sería duro, mucho más si cabe que otros años. No era una estación que le gustase: le provocaba una melancolía inexplicable. El recuerdo de las noches con Julen la convertiría en un suplicio.


        La tarde declinaba rápidamente. También ahí se advertía el final del verano. El mar devino plata. La cometa roja y blanca ya no estaba. En la orilla, Julen descansaba mirando el mar. Quizá también él se despedía.

Cuando se giró, la buscó con la mirada y ella le hizo un gesto con la mano. Él le devolvió el saludo y ella visualizó en su mente la sonrisa espontánea y expresiva de Julen. Lo esperó ansiosa. Ya que habrían de despedirse, ella quería que fuese entre aquellas pequeñas dunas de la playa.

Él se acercó corriendo y ni un  asomo de melancolía asomaba a su rostro. Fuese lo que fuese lo que sintió al despedirse del mar, ya no estaba. 

Ella le hizo hueco en aquel pozo de arena y toallas. Julen estaba congelado a pesar de la protección del neopreno, del que se había despojado. Ella tembló, mezcla de frío y temor y le frotó los brazos con sus manos. Él la miró tierno y sonrió con aquella sonrisa desigual de dientes blancos. La besó y el tiempo se esfumó de nuevo de su realidad. Protegidos de cualquier mirada, ya escasos los deportistas en la playa, ella se despojó de cualquier inhibición y lo atrajo hacia si, subiéndose encima de su cuerpo fresco, trasmitiéndole el calor que aún cobijaba. Besó su cuello y se deslizó hasta los pezones erectos de Julen; acarició ese torso labrado con horas de tensión en el agua y metió mano bajo el bañador de licra. Su polla reaccionó al instante, como ella ya sabía, y se la sacó, mientras Julen tironeaba de la prenda hacia abajo. Ella le ayudó a sacar el bañador y después olisqueó el pene. Olía maravillosamente a mar. Era un alga turgente y glotona. Sabía a sal. A Julen le chiflaba que se la chupara y a ella mucho más. Aquella polla gorda y juguetona le sabía a gloria, le encantaba chupetearla, rodearla con su lengua, darle mordisquitos tiernos que sobresaltaban a Julen. Pensó si volvería a desear una polla como deseaba aquélla. Él gemía y le acariciaba el pelo revuelto. Ella alzó apenas la cabeza y lo miró mientras seguía con la mamada. A Julen le encantaba mirarla mientras lo hacía; también cuando ella se masturbaba. Se le encendía el rostro del mismo modo que cuando valoraba cada mañana el estado del viento y el mar desde la ventana del pequeño hotel y decidía que era apto para practicar su deporte favorito. Ella soltó la polla y ascendió para besarlo. El acarició sus senos, libres y morenos, pues practicaba top-less. Ella se frotó contra él a través de la fina tela de la braga del bikini y Julen le pidió que se la sacara. Lo hizo, pero en vez de montarlo como le gustaba, se giró y volvió a su polla, ofreciéndole su coño húmedo y salitroso. El sesentaynueve también era de su gusto. Ningún  hombre anterior se lo había lamido como Julen y  mucho menos en aquella posición, donde uno debe concentrarse en lamer y succionar y a la vez experimentar el propio placer. De hecho, llegaba un punto en que ella era incapaz de continuar mamándole la picha porque el placer de su clítoris reclamaba toda su atención. ¿Por qué Julen conseguía que se corriera tan fácilmente? Pero él no estaba dispuesto a acabar ya y la soltó para atraerla por los hombros y ponerla a cuatro patas. La arena no hacía conveniente revolcarse en el suelo, así que Julen la folló así, sujetándola por la cintura y empujándola con ahínco mientras ella hundía las palmas de las manos en la arena y asomaba la nariz por el borde de la duna para contemplar la puesta de sol. Era perversamente sibilino sentir aquel placer extremo en un decorado tan romántico y sensual. Entonces ella se lo pidió. Dime algo sucio. ¿Qué? Dime guarradas, groserías. A Julen nada lo sorprendía. Eres una perra salida. Síiiii. Una zorrona que sólo quiere que la follen. Sí, sí. Voy a tener que ponerte un collar y atarte para que no te escapes a ligar con tipos. Claro, amor. A Julen nada lo sorprendía, pero las guarrerías habladas no eran lo suyo. Pero a ella no le importaba, porque con cada frase la acometida de su polla era implacable e intensa y eso era lo que contaba. Te voy a encular. ¡Vaya, aquello sí que era una novedad! Ohhhhh... Sí, te la voy a meter toda por el ojete y ya verás como se te va a olvidar ser un putón. A ella le dio la risa. A Julen el sexo anal no le interesaba mucho y le debía parecer lo más transgresor. Ella le siguió el juego. No, noooo... seré buena, seré muy buena. Su polla aceleró el ritmo entrando en su chichi una y otra vez. ¿De verdad serás buena? Lo que tú digas, todo... Entonces Julen salió de dentro de ella y por un segundo imaginó en una mezcla de alborozo y temor que llevase a cabo su amenaza, pero lo que hizo fue girarla y correrse en su cara, salpicándole el rostro con su semen amargo. Al final Julen, sin saberlo, consiguió lo que ella deseaba: borrar toda posible melancolía de aquel final del verano.

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