viernes, 14 de octubre de 2011

El buscador de setas

Vilalba
No tenía ganas ningunas de levantarme aquella mañana. Sábado de resaca. Lo único que pretendía era dormir hasta avanzada la mañana y a continuación desayunar en la terraza del bar de abajo con los periódicos desperdigados entre migas de tostadas con mermelada de naranjas amargas. Pero todo se torció cuando Pepe me llamó a las nueve para recordarme que les había prometido a los chicos una cena a base de estupendas setas otoñales. No os lo he dicho, pero soy un micólogo casi profesional. Así que en ésas estaba ahora por presumido, buscando níscalos, boletus, cantarelas y russulas. Quizás podría haberlas solicitado a algún colega de la asociación micológica a la que pertenezco, pero decidí que mis amigos de juergas y pesares bien merecían mi esfuerzo. Además había retrasado ya muchas veces la invitación; justificada en ocasiones porque no era época; por desidia en otras, y últimamente por mis problemas con Marifé. Total, que me levanté con un careto que me hizo recordar que los cuarenta están rozándome la coronilla cada vez más rala y tras una ducha más bien fría para despejarme, subí al coche y me fui hasta mi bosque favorito, una zona de castaños, robles, chopos y nogales. Un rincón paradisíaco a la orilla de un pequeño río que últimamente estaba tomado por excursionistas. Sólo deseaba que en esta época del año, el lugar estuviese solitario.

Como para compensarme, el día era magnífico. Había lloviznado durante la noche pero ahora el sol lucía en lo alto y la mañana era fresca y luminosa, condiciones ideales para la búsqueda de los hongos con los que agasajar a mis amigos. En la pequeña explanada que hacía las veces de aparcamiento antes de introducirse en el sendero del bosque  sólo había un solitario Land Rover antiguo. Pensé que otro colega solitario se me había adelantado pero no me inquieté, la zona era fructífera y podía abastecer a muchos amantes de las setas. Me dirigí a una zona particularmente húmeda y umbría que conocía bien, imaginando que el competidor andaría por zonas más evidentes y conocidas. Pronto encontré unas magníficas Amanitas caesareas que pasaron a mi cesta. Seguí buscando y sucesivamente fueron cayendo Russulas vescas, ideales para hacer unos revueltos, y Cantharellus cibarius. Con mi cesta bien aprovisionada y sin el menor indicio de la presencia del conductor del Land Rover, me acerqué hasta el río para dar un paseo por el caminito que sigue paralelo a su curso, con tramos de madera y puentecillos artesanales.

 
Sólo llevaba diez minutos paseando, al tiempo que pensaba en las discusiones continuas que Marifé y yo habíamos protagonizado en los últimos tiempos y que habían acabado con nuestra relación de ocho años, cuando escuché que me chistaban. Miré hacía el bosque e incluso al río pero no vi a nadie. Iba a reanudar el paseo, ya en dirección al aparcamiento cuando oí de nuevo chistar y  unas risas de mujer. Me acerqué a un casi invisible desvío y allí, al pie de un castaño, rodeada de hierbas húmedas, hojarasca, castañas caídas y setas diminutas estaba sentada una preciosa mujer. Lo que me hizo pensar que yo había abierto la puerta a una inesperada alucinación fue que la mujer estaba completamente desnuda. Miré a mi alrededor, con ojos y boca desorbitados, pensando que aquello era una broma pesada o estaba siendo víctima de un programa de esos pesados de cámara indiscreta. Pero no se veía a nadie más. 


−Acércate − me dijo. Yo también recolecto setas−  e indicó las que había tronchadas a su alrededor.

−¿Se encuentra bien? ¿Le ha pasado algo? – le pregunté pasando por alto su absurda información.

−No, ¿qué me iba a pasar? Este lugar es asombroso. ¿Has visto que colores? Ocres, marrones, dorados, verdes... Todo está húmedo... como yo.


Me dio la risa, no lo pude evitar. Me pregunté si la mujer estaría colocada, pero no lo parecía. Hablaba articulando bien. Y me miraba tan lascivamente que me sentí como Pulgarcito perdido en el bosque y atrapado por los encantos de una lúbrica hada.


Me acerqué. La mujer era de edad indeterminada; su cuerpo correspondía a una mujer  muy joven, pero su mirada contradecía esa impresión.


−Es peligroso estar... así en medio del bosque – dije por decir algo, no sabía cómo reaccionar ante una situación tan extraordinaria.

−¿Pero qué me podría pasar? – alegó con gesto inocente.


Aquello me puso caliente a más no poder, si es que podía estarlo más de lo que estaba desde el instante que la descubrí, expuesta y desnuda bajo el castaño.


− ¿El Land Rover es tuyo?

−Humm.... sí, en estos tiempos viajar en escoba llama mucho la atención.


Desistí de tratar de comprender la situación o de hacerla razonar. La tía podría haberse escapado del loquero pero estaba buenísima, sus intenciones estaban claras y yo no iba a ser el gilipollas honrado que la llevase por el buen camino.

Me senté a su lado y le aparté el cabello rojizo del cuello. Tenía ojos de gata: grises y bordeados de pestañas claras; la piel, muy blanca. Realmente parecía un duende del bosque, una ninfa perdida, una moura de mis relatos infantiles, cualquier cosa menos una loca asesina.

Ella sonreía, mimosa y provocativa. La besé. Me sentí transportado. Me eché sobre ella y la magreé, salido como un perro. Se dejaba hacer, lánguida y sensual. Sus pechos tenían las areolas de color rosa muy pálido y gimió cuando mis labios se apoderaron de los pezones enhiestos. Fue entonces cuando me aferró con sus piernas torneadas y me mordió el hombro. Le besé el cuello, olía a verde, a hierba, a plantas silvestres. Descendí hasta su ombligo, pequeño, infantil. Sentía sus dedos perdidos en mi cabello. Su coño era tan pálido como su piel anfibia, sin vello. Su entrada, rosada, estaba por el contrario, cálida y húmeda, como una pequeña cueva acogedora. La lamí y relamí mientras  la ninfa arqueaba la espalda y alzaba la pelvis. Ronroneaba como una gata, se frotaba contra mí, apretándose con firmeza. Me quité la ropa. Ella no parecía notar la incomodidad del suelo, húmedo y lleno de hierbajos. Su ropa no estaba a la vista. Me subí encima de ella, que me recibió abriendo con ansia sus piernas largas. Es extraño, un minuto antes pensaba hacerle una docena de cosas bien guarras y ahora lo único que deseaba era sentirme dentro de ella, morder su lengua, sorber su saliva, besar sus pecas. Ella se acoplaba a mis envites, perfectamente compenetrados ambos. Sentía su calor allá abajo. Mi polla se deslizaba dentro de su coño bien lubricado, mi deseo alcanzaba cotas incontrolables. Quería darle vueltas, quería tomarla por la espalda, quería hundir mis dedos en su cintura, pero no cambié de postura, obnubilado por la intensidad de sus ojos grises que me hipnotizaban. La follé intensamente pero como un perfecto novio enamorado. ¿Por qué? No lo sé. Quizás no quería perder el contacto de su mirada; tenía miedo a que se volatilizara; quizás quería que ella me observase bien, que no olvidase mi cara resacosa, con barba de dos días y ojeras azuladas. Quizás temía despertar en medio de mi cama y que todo fuese un sueño lúbrico con polución incorporada. Pero ella se asía a mi trasero y lo arañaba y pedía más. Sí, pequeña, musité, te daré cuanto pidas, y la besaba.

Cuando acabé, ella tenía prendidas en el cabello rojizo hojitas de helecho, la espalda cruzada de rascazos y las mejillas encendidas por su orgasmo. La fina piel del escote también estaba sonrosada. Se sentó sobre mí y me miró divertida. 


−Se ha dado bien la jornada, ¿eh? Muchas setas has encontrado.

−He encontrado una de la que desconocía la especie, es única, nunca vista antes por estos parajes.

−¿Y estás seguro de que no es venenosa?

−Es deliciosa. Y no como éstas y señalé las que ella había tronchado−. Son Amanitas muscarias, tóxicas.

− Lo sé –dijo. Y se rió.


Uol Free

6 comentarios:

  1. Precioso relato, no se si te habrá ocurrido de verdad ,pero es lo que todos soñamos que nos pase algún día, así que si no te ha pasado deseo que te pase . Abrazo, amigo y no te despiertes, sigue soñando.( y cuéntalo).MIG

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  2. MIG,sueño y realidad son las dos caras de la misma moneda; a veces, cae de un lado, al siguiente del otro. :)

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  3. Bellísima narración.

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  4. Gracias, anónimo. Quizás quieras curiosear en otras.

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  5. Buen relato. Gracias por seguirme, estaré pendiente de su blog. @69polvos

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