martes, 15 de julio de 2014

Los amantes del campo


Conozco a muchas personas de ciudad que dicen amar el campo. Son aquellas que reforman una casita semiabandonada (que rastrearon y localizaron gracias a algún pariente de un conocido o paseando en coche por la zona) y la llenan de cachivaches rescatados de trasteros, pajares y bodegas abandonados. 


Son esas personas que telefonean el miércoles a doña Silvina diciéndole que el viernes van a ir, que haga el favor de airear la casa y de paso comprar dos quilos de carne para el churrasco y unos chorizos en la carnicería del pueblo cercano y se los dejen en la nevera, que ya ellos le pagan después. Son los mismos que contratan a un jubilado aburrido para que les riegue el césped y compre en algún sitio de confianza estiércol de vaca, todo orgánico, nada de vete tú a saber qué. Son los mismos que le preguntan por el vivero de plantas, y el jubilado feliz les cultiva las rosas, les planta algún arbolito, les aconseja sobre las lechugas y les regala los tomateros. Don Severino, déjenos dos carretillas de leña en el alpendre y de paso, échele un vistazo a los tomates, que no sé qué pasa que no crecen.  Y después la señora hace fotos de las rosas, de los tomates y los cuelga en facebook presumiendo de sus logros de jardinería y horticultura. Mirad qué rosa Grandiflora he logrado en mi jardín¸ mirad mis tomates, dan ganas de comérselos, ¿no? con aceite de oliva de primera prensada en frío, lo consigo en el salón gourmet del Corte Inglés. 

Los amantes del campo compran muebles de jardín y se hacen construir un porche hacia poniente para ver las puestas de sol. Algunos hasta deciden instalar un gallinero si el terreno es grande y pueden alejarlo de la casa, ya doña Silvina les dará de comer, y la señora les dice a sus amigas huevos de corral, enormes, y las gallinas sólo comen vegetales, nada de piensos

Los amantes del campo no van a su casita si arrecia el temporal, si el regato se desborda, si el viento arranca las tejas, si el incendio del estío sitia la casita, ya don Severino, el jubilado-capataz-feliz, arreglará los desperfectos. Y si es mucho el gasto, para eso está el seguro. 

Los capitalinos amantes del campo dicen que en los pueblos se come muy bien, que cuando te invitan siempre hay jamón y chorizo en la bodega, quesos sabrosos y pan de centeno. Se ve que piensan que aparecen por arte de birlibirloque en esas bodegas, no han criado y cebado el puerco, no han hecho la matanza, no han salado los jamones, no han ordeñado vacas, ovejas o cabras día sí, día también, sin festivos ni domingos ni vacaciones ni puentes, las ubres a reventar, no se pueden dejar para más tarde; no han madrugado al alba, las manos ateridas sobre el azadón, no han cavado, sembrado, abonado, arrancado hierbas, rastrillado, regado. Sin descanso. Y un día cae piedra, hay helada, el sol agosta la cosecha, o viene una peste, una plaga (las posibilidades son infinitas) y la ganancia se va al arroyo, alehop, desaparece. Y miras al cielo. Y vuelves a empezar día tras día día tras día día tras día. Pero los amantes del campo siempre tienen jamón y queso en la bodega, ya se encarga alguien de comprarlos a un vecino o en una tienda especializada de la ciudad (son de un pueblo cercano, productos artesanos de lo mejorcito), que para eso sirve la pasta. No han visto que en el campo no hay guarderías, que no hay Centros de Salud, que las farmacias cierran, que las sucursales bancarias se trasladan veinte quilómetros y los septuagenarios que ya no conducen deben contratar un taxi que los lleve a buscar las medicinas y retirar dinero para un mes, lo que los pone para más inri en el punto de mira de asaltantes de variado pelaje.  No ven que los coches de línea suspenden los trayectos por escaso beneficio, que las escuelas cierran por falta de niños, que no hay Centros de Día para los enfermos de alzheimer y otras dolencias inherentes a la provecta edad de sus habitantes, ni personas que atiendan por horas a ancianos solos, que les limpien la casa, que les preparen la comida, que les ayuden a cubrir documentos que ahora sólo pueden presentar por internet. No ven que la propia señal de internet no llega, que hay zonas de sombra para los teléfonos móviles, que a veces la señal de televisión es mala y se va y la culpa siempre es de las antenas. Claro que si vives y trabajas en la ciudad ¿para qué quieres todo eso? La señora y el señor urbanos quieren desconectar en el rural. Por eso no entienden que a alguien no le guste el campo, una aberración si además eres natural de un pueblo. ¿Cómo puede no gustarte el campo si los paisanos siempre tienen queso y jamón, si el aire es puro, no hay ruido y les compras verduras biológicas a los paletos por cuatro duros?


Uol

4 comentarios:

  1. Cada cual con sus contradicciones...

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    1. Si yo sólo quiero salvaguardar mi bodega...
      A mis jamones que ni se acerquen
      ;P

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  2. Supongo que entre los "amantes del campo" habrá de todo: desde los que respetan al prójimo y al entorno... a los que van a lo suyo (que lo mío es mío y lo tuyo es mío). En el fondo, y salvo que me toquen las gónadas, puedo convivir en paz con cualquiera de las dos especies. Aunque ni qué decir tiene que prefiero a los primeros.

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    1. De todo hay en la era, por suerte.
      Yo vivo en paz con todo el mundo, el cuchillo jamonero sólo lo utilizo para sus honradas funciones.
      Saludos!

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