lunes, 4 de agosto de 2014

Un viaje... y un Magnum (II)



 (Esta historia comienza aquí)

Vaciaron la petaca de vodka. En el cuarto de Lou estuvieron hablando mucho rato, temas triviales que lograron que se sintiesen cómodos, casi como viejos conocidos que se han reencontrado después de un tiempo.
―Mañana voy a tener resaca además de agujetas―se quejó Lou.
―Para lo primero agua y las agujetas te las elimino yo con unos masajitos.
―¿También das masajes?
¿Aún funciona lo de los masajes?
―Soy muy terapéutico―Arturo estiró los brazos y entrelazó los dedos largos.
―No es necesario, de verdad. 
Si ya sabemos en qué va a acabar esto. 
―No lo es, pero me apetece. ¿A ti te apetece un masaje? 
¿Me apetecía? Sí, me apetecía. 

Lou se descalzó, se sacó los vaqueros y se tumbó boca abajo sobre la cama. Las bragas negras semitransparentes quedaron a la vista. Cuando hizo la maleta descubrió que toda su ropa interior era casi transparente, con encajes, troquelados, tules... ¿Qué iba a ponerse si tenía que ir al médico? Su madre clamaría al cielo por no tener un par de conjuntos decentes de algodón. Él no dijo nada.
―¿Tienes aceite?
―No, demasiado peso. Prueba con la crema corporal, ese frasco chiquito de ahí. He metido todo "tamaño viaje".
―Servirá. 
Para lo que va a durar el masaje... 

Arturo comenzó a masajearle los pies. Ay, qué gusto, Dios mío, ese pulgar en la planta, en el punto exacto del arco, ay. Subió a los gemelos, algo doloridos, y ascendió por las corvas hasta los glúteos. Se lo estaba tomando en serio, nada de caricias, un masaje profesional. Estuvo así sus buenos veinte minutos. Lou fue relajándose, relajándose.
―Te vas a quedar dormida.
―Humm...
―Por cierto, unas bragas muy bonitas. Y un pandero...
―¡Ojito con lo que dices!―le advirtió Lou con cara risueña.
―Un pandero... durito, como todo lo demás.
Lou medio se giró.
¿Qué demás? 
Lo que no se ve.
Lou alzó una ceja.
―Soy optimista.
Lou se irguió un poco y lo atrajo hacia si.
―¡Tienes un morro! 

Le gustaron los besos de Arturo, su lentitud y sensualidad. El canoso no mostraba prisas, le besó la barbilla, subió a la oreja, mordisqueó el lóbulo, descendió por el cuello, le sacó la camiseta morada, recorrió sus clavículas, y en cada movimiento la miraba unos segundos a los ojos. Está hipnotizándome. No es un perro de caza, es un encantador de serpientes. 

El canoso

Arturo se detuvo mucho rato en sus senos, cogió las tetas en sus manos, las pesó, miró, acarició, chupeteó y besó.
―Preciosas, preciosas, firmes, humm... 
¿Por qué no iban a estar firmes? 

Arturo se quitó el polo naranja y Lou pudo observar su torso moreno, casi sin vello, estrecho, flaco y fibroso como todo él; acarició sus costillas, su abdomen apenas saliente. ¿Es así la piel de un cincuentón? Siempre había pensado que todo era cuestión de piel. Pues esta piel le gustaba, suave, fina, con el brillo aceitoso de la madera curtida, con canas en el vientre y... erecto. No sé cómo será habitualmente, pero hoy Arturito está espléndido. ¿Y cómo sabrá su piel? Su piel sabía a bosque, a madera, a barrica noble. Le gustó el sabor de su cuello, de sus tetillas, de su ombligo, de su sexo turgente. ¿Qué hago? ¿Me subo sobre él? ¿Y si piensa que soy una dominadora? ¡Tonterías, ha entrado a saco todo el rato!


―¿De qué te ríes?―le preguntó divertido Arturo al ver sus comisuras imposibles.
Lou abrió los ojos.
―Nada... tu trasero.
―¿Qué le pasa?
―Es... jajaja, es pequeñito y suave.
―¡Oye!, ¡cuando estés en la cama con un hombre no menciones que una parte de su cuerpo es pequeña y suave! ¡Todo tiene que ser grande y duro! 

Los dos estallaron en carcajadas.
―¿Como esto?―Lou atrapó su polla con la mano.
―¡Eso sobre todo!―suspiró él.
―De acuerdo, prometo no quejarme si me lo das a probar.
―Todo tuyo, hermosa, todo tuyo. 

Lou se arrodilló entre sus piernas e inspeccionó la zona. Lengüita por la base, lengüita por...
―Seguro que tú eres de los que dice que no le toquen los cojones.
―No, yo no, a mí me encanta que me toquen los cojones―Arturo fingía ansiedad.
―¿Seguro?
―Tócame los cojones, seguro. 
Lou se rió.
―Mejor te los lamo.
―¡Mucho mejor! Ahh...
―¿Y eres de los que dice chúpamela cuando te enfadas?
―No... ¿eh?, bueno, espera...sí, sí. 
Lou se rió de nuevo.
―¿Entonces es no o es sí? 
Arturo irguió la cabeza y vio desnuda a Lou entre sus piernas, la melena roja desparramada y tremenda cara de pilla.
―¡Entonces es que te vas a enterar!
―Jajajaja. 

El flaquito la alzó, giró y tumbó de espaldas.
―Pues a mí me la suda si eres o no de las que dice no me toques el chocho, porque te lo voy a comer sí o sí.
―Eres un déspota.
―Sí.
―Un tirano.
―De los peores.
―Un...un... ah, un... aprovechado... ah ah... un opresor... ah ah ah ah, un... 

Arturo la acalló con su lengua y ella probó su propio sabor. Después se asió al culito del hombre mientras entraba en ella, rodeó con sus piernas su cuerpo moreno y nervudo, sintió punzante y ardiente su polla en un baile que él conocía bien; miró su cabello plateado, y el brillo de caramelo de sus ojos cegó cualquier visión de las arrugas de aquel hombre maduro y apasionado.


Ella se estiró larga y sudorosa. Él, a su lado, le apartó mechones húmedos del rostro.


―Nunca había estado con un canoso.
―Ni yo con una patosa.
Ambos rieron. Después quedaron en silencio.
―¡Quién me lo iba a decir a mí!―y Lou se rió de la paradoja―. ¿A qué no sabes que me apetecería ahora?
―No, ¿qué?
―Un Magnum almendrado.
―¿Un helado?
―No, un Magnum almendrado.
Él la miró sin comprender.
―Es larga historia―dijo ella.

Uol 
(Para los que como Arturo no conozcáis la paradoja de Lou, leed los otros relatos de la saga Magnum. Ya sabéis, clickad en los títulos, van por orden: Un Magnum almendrado; Otra vez, el Magnum e incluso ¿Qué fue del Magnum almendrado?)

4 comentarios:

  1. Por fin... el MAGNUM
    Y en estas calurosas horas de entresiesta... Ufffff!
    Qué delicia de relato, pero al contrario de un helado, no me ha bajado -ni creo que a ningún lector- ni un solo grado la temperatura, sino que me la ha incrementado varios.
    Yo también quiero un Magnum!
    (Como éste, no como los anteriores)
    Gracias
    Un abrazo

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    Respuestas
    1. Para que baje la temperatura lo mejor es subirla antes jijiji
      ¡Todos queremos magnums de esos! Incluso palotes de limón :P
      Bicos.

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  2. Precisamente hainos incluso de caramelo. Os Magnum almendrados. Os canosos cincuentóns...non sei.

    Bicos Magnum

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    1. ¿De caramelo? ¿¡E non será doce de máis!?
      Canosos hainos desde os trinta :-P
      Bicos refrescantes.

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